Es que sobre un horizonte sombrío aparecía una multitud que se consumía en gritos de bronca contenida, atronador era su paso y monolitica su columna; podíamos ver una interminable masa que avanzaba y sostenía como estandarte una lucha desigual, la lucha de los desarraigados de la tierra, aquellos que empujados por guerras y mezquindades varias se acercaban a las grandes urbes a buscar un pequeño lugar bajo el débil sol de un invierno cruento. No llegábamos a entender aún que sucedía, nosotros que eramos acomodados citadinos de clase media, lo veíamos grotesco, sucio, desaliñado; no llegábamos a comprender la historia de las sociedades en proceso de cambio, esa historia interponía ante nuestros incrédulos ojos a los excluidos de siempre, esos que vagaban buscando changas para llevar algo de comida a su prole. ¿Podíamos entender la exclusión, la humillación, el hambre y la miseria de siglos que pesaban sobre esos seres mugrosos desde nuestra fácil vida de ciudad?, no llegábamos a entender el cambio que se avecinaba, un cambio que veíamos con bronca desde nuestra creída individualidad, nuestro fatal liberalismo que nos aprisionaba y no dejaba siquiera entrever la prisión en la cual nosotros también estábamos inmersos...
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