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Bicentenario, Lola Mora, R. Arlt, Inmigraciòn, peronismo, Eva, Walsh, Eternauta, Oestherheld, Humor, Soriano, Diego, 2001, Rep, 2010!.

viernes, 25 de mayo de 2012

Historias dispersas

Nebbia cantaba "si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quién quiera oír que oiga...". 

Qué hermoso tema!, era la cortina musical de un viejo programa radial que hacíamos junto a un grupo de amigos en una radio de Morón. Se llamaba "La otra historia" y tratábamos de contar, reconstruir, traer al presente, desmitificar, poner en primer plano, diversos aspectos de nuestra historia social pero desde la óptica de recuperar las luchas sociales silenciadas / desaparecidas. 
Era una tarea ciclópea para realizar con pocas herramientas, implicaba un gran esfuerzo de producción armar cada programa que se emitía los sábados por la mañana. No duró mucho, fue un intento en el marco de la reciente recuperación democrática. Tratábamos de aportar una mirada política distinta a determinados hechos históricos. 
Años mas tarde el vendaval neoliberal arrasaba con viejas conquistas sociales y la política se terminaba de alejar completamente del pueblo para refugiarse en el lujo rimbombante de los ganadores del sistema quienes, exclusión social mediante, entregaron auténticos íconos de la soberanía nacional al capital financiero internacional.  Fukuyama insistía que habíamos llegado al "fin de la historia", definitivamente el capitalismo había vencido al viejo comunismo y nos aguardaba un paraíso de felicidad adminstrado por la ecuánime mano invisible del mercado, y el que no creía en esta "realidad", se había quedado en el 45... 
Mucha agua corrió bajo el puente tendido entre los mas abyectos ocultamientos de nuestra trágica historia reciente, no obstante, parece que en la vida social no todo está dicho de una vez y para siempre, las luchas sociales empujan a cambios que las incluyan y, entonces, la historia se cuenta de otra forma, se recuperan aspectos otrora negados que dan luz y  entendimiento a la complejidad de lo social. 
La historia adquiere espesor y profundidad, no hay una simple linealidad, hay intersticios en los cuales hay que detenerse para profundizar y aclarar zonas oscuras. La historia se está contando de otra forma, no debemos dejarnos doblegar y aportar esfuerzos cotidianos para contar nuestras propias vivencias en esos contextos silenciados, aportar, escuchar y dilucidar en el día a día lo que nos pasó, lo que actualmente vivimos y lo que deseamos a futuro para lograr una sociedad abierta al cambio con la premisa de la inclusión y la ampliación de derechos para sus ciudadanos.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Otra historia sobre Malvinas...


En abril de 1982 tenía 19 años y recién había terminado el secundario, la situación económica no era la mejor y me encontraba sin estudiar y sin trabajo. Antes de ese 2 de abril, una manifestación de la CGT marcaba su descontento contra una dictadura que ponía el ojo en la exclusión social, esa manifestación tuvo un muerto. La indignación era fuerte pero, dos días después, el fervor nacionalista se había adueñado de grandes sectores de la población que así lo demostraron en la plaza de Mayo. Inicialmente experimenté, como el resto, un sentimiento nacional por la recuperación de la islas. Al transcurrir de los días y las noticias, el fervor se iba aplacando para dar lugar a la angustia de estar presenciando una guerra que intentó ocultar los grandes desatinos represivos de la política económica de la dictadura. 
Personalmente y en principio, ese entusiasmo que se volcaba en las calles y por todos los medios de comunicación del momento, me llevaba a considerar que debía ser parte de esa gesta, pero muy por el contrario, la historia familiar me empezó a hacer pensar lo contrario. Toda mi familia había pasado por dos guerras mundiales, mis abuelos y mis padres comentaban lo que habían vivido en su Italia natal, eso me llevó a considerar que no debía estar allí, que una guerra encubría sólo intereses mezquinos y no quería continuar, como yo lo entendía en ese momento, la maldición de la guerra que parecía pesar sobre mi familia. 
Mi libreta estaba en el distrito militar y debía ir a buscarla porque me había tocado número bajo, cuando fui viví momentos de tensión ya que, erróneamente, me habían dado un comprobante de incorporación y el soldado de la puerta aseguraba que era así. No recuerdo de que forma me abstuve de ingresar pero en mi cabeza el único pensamiento era desertar para romper con esa constante de guerras, me iba a escapar, no me iban a encontrar y me importaba poco, pero en ese instante sentí odio a todo lo que representaba esa dictadura que sufrimos durante toda la adolescencia y pensé que no quería regalar mi vida a lo que yo consideré una estúpida aventura. El fervor se había apagado, el miedo a una muerte sin sentido se había apoderado de mí y ya sabía que no volvería a mi casa. Aún no sabía adonde ir. Al rato el soldado salió, confirmó el error y me entregaron la libreta eximiéndome de participar por número bajo. A partir de allí mi visión del conflicto cambió por completo, la derrota y posterior intento de encubrirla con un mundial sólo acrecentaban la necesidad de un cambio frente a tanta soberbia. 
Tibiamente comenzamos a adentrarnos en los horrores de la dictadura, a saber de los campos de concentración, de torturas y desapariciones a los que se sumaba ésta guerra trasnochada y alcohólica. El rock nacional y ciertas publicaciones (Humor, Superhumor, El Porteño) comenzaban a desafiar la férrea censura milica que empezaba a resquebrajarse; nuestra mirada cambiaba, algunos amigos escucharon los gritos de horror en la ESMA, algún otro retornaba con la mirada perdida y los ojos sin brillo después de haber estado en el inhóspito sur y algún “héroe” llevado a la fuerza a esa guerra se suicidaba bajo las ruedas del tren. 
Son muchas las imágenes que se me aparecen, aunque confusamente, de lo vivido en ese período, pero creo que éstas que cuento son las mas representativas. 
Mi viejo nunca se enteró  de mi posible determinación frente a esa guerra, no obstante recuerdo que me sentí orgulloso de ese pensamiento, nunca me arrepentí y ése hubiera sido mi derrotero, no iba a permitir que le arrebataran un hijo a mi viejo.